Un vaso sanguíneo es una estructura hueca y tubular que conduce la sangre impulsada por la acción del corazón y cuya principal función es trasportar nutrientes, oxígeno y desechos del cuerpo. Seguramente esta información ya la conocías, pero… ¿sabes lo que ocurre cuando este vaso tiene una zona débil en la pared y se dilata?
Es lo que se conoce como aneurisma, que adquiere una especial importancia cuando se produce en un vaso sanguíneo en el cerebro. En este artículo, no solo te vamos a explicar en qué consiste exactamente un aneurisma cerebral, sino que también te contaremos cuáles son sus factores de riesgo, síntomas, diagnóstico y tratamiento. ¿Preparado/a?
Un aneurisma es un ensanchamiento o abombamiento anormal de una parte de una arteria debido a una debilidad en la pared de dicho vaso, generalmente donde se ramifica. A medida que la sangre pasa a través del vaso sanguíneo debilitado, la presión arterial hace que una pequeña área se abulte hacia afuera como si fuese un globo.
Así, pueden desarrollarse en cualquier vaso sanguíneo del cuerpo, pero los dos lugares más comunes son en la aorta abdominal (que transporta la sangre desde el corazón al resto del cuerpo) y en el cerebro.
Por tanto, una aneurisma cerebral o intracraneal se define como una dilatación focal anormal de una arteria en el cerebro. Generalmente, el vaso desarrolla una dilatación “similar a una ampolla”, que puede adelgazarse y romperse sin previo aviso.
El sangrado resultante en el espacio alrededor del cerebro se llama hemorragia subaracnoidea (HSA) y puede provocar un accidente cerebrovascular, coma o incluso la muerte. Normalmente, este tipo de aneurismas se encuentran en la base del cerebro, justo detrás del cráneo, en el área llamada espacio subaracnoideo.
Además, varían en tamaño, yendo desde pequeñas hasta casi una pulgada. Precisamente, estas últimas se denominan aneurismas gigantes y pueden presentar un alto riesgo, además de ser difíciles de tratar.
Como hemos mencionado anteriormente, las aneurismas cerebrales se forman cuando las paredes de las arterias del cerebro se adelgazan y debilitan. Generalmente, se forman en los puntos de ramificación de las arterias porque estas secciones son las más débiles.
Existen tres tipos de aneurismas cerebrales: aneurisma secular, aneurisma fusiforme y aneurisma micótico. La primera de ellas también se conoce como aneurisma de baya y es la más común. Consiste es un saco redondeado que contiene sangre y que está unido a una arteria principal de la base del cerebro o a una de sus ramas. Este tipo de aneurismas suelen ocurrir con mayor frecuencia en adultos.
Los aneurismas fusiformes son aquellos que se hinchan o sobresalen en todos los lados de la arteria. No son tan comunes como los saculares y tampoco tienen forma de cúpula, pero sí provocan una mancha ensanchada en el vaso sanguíneo.
Por último, se encuentran los aneurismas micóticos, que ocurren como resultado de una infección que, a veces, puede afectar a las arterias del cerebro. La infección debilita la pared de la arteria y provoca la formación de un aneurisma abultado.
Por otro lado, los aneurismas también se pueden clasificar por su tamaño, siendo pequeños, grandes o gigantes. Los pequeños tienen menos de 11 milímetros de diámetro, los grandes miden de 11 a 25 milímetros y los gigantes miden más de 25 milímetros de diámetro. Como veremos más delante, estos últimos son los más peligrosos.
Aunque los aneurismas celebrarles suenan alarmantes, la mayoría no causan síntomas ni problemas de salud, de hecho, suelen pasar desapercibidos hasta que se rompen o se detectan durante las pruebas de imágenes médicas para otra afección.
Los aneurismas cerebrales se desarrollan, generalmente, a medida que las personas envejecen, sobre todo después de los 40 años. No obstante, también puede ser un defecto que una persona tenga en los vasos sanguíneos desde su nacimiento.
Los dos principales factores de riesgo para el aneurisma cerebral son el tabaquismo y la presión arterial alta, pero no son los únicos, ya que también tiene una gran importancia el historial médico y el estilo de vida de la persona.
En este sentido, los aspectos del historial médico que pueden influir en el riesgo de provocar un aneurisma cerebral se encuentra, como hemos dicho anteriormente, la presión sanguínea alta, la aterosclerosis, lesiones o traumatismos en la cabeza, infecciones, cáncer o tumores en la cabeza y el cuello, anormalidad al nacer, como vasos sanguíneos enredados en el cerebro o aorta anormalmente estrecha, antecedentes familiares de aneurismas cerebrales y enfermedades que afectan a la sangre o a los vasos sanguíneos, como el Síndrome de Ehlers-Danlos.
En cuanto al estilo de vida, influye el fumar, el consumo de alcohol y el abuso de drogas, como cocaína o anfetaminas.
La mayoría de los aneurismas cerebrales no muestran síntomas hasta que se vuelven muy grandes o se rompen. De hecho, los pequeños no suelen producir síntomas.
No obstante, un aneurisma más grande que crece de manera constante sí que puede presionar los tejidos y los nervios y causar dolor detrás del ojo, entumecimiento, debilidad, parálisis en un lado de la cara, la dilatación de la pupila, cambios en la visión o visión doble.
Los síntomas son mucho más graves cuando una aneurisma se rompe o estalla, lo que provoca un dolor de cabeza repentino y extremadamente severo, además de visión doble, náuseas, vómitos, rigidez en el cuello, sensibilidad a la luz, convulsiones, pérdida del conocimiento e, incluso, paro cardíaco.
También se puede producir lo que se conoce como aneurisma con fugas. Esto ocurre cuando un aneurisma filtra una pequeña cantidad de sangre al cerebro, lo que se denomina hemorragia centinela. Los dolores de cabeza centinela pueden ser el resultado de una aneurisma que sufre una pequeña fuga, días o semanas antes de su ruptura.
En este sentido, no todas las aneurismas se rompen, sino que dependen de una serie de factores que influyen directa o indirectamente en esta ruptura:
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Existen varias pruebas disponibles para diagnosticar aneurismas cerebrales y determinar el mejor tratamiento. Las principales son la tomografía computarizada, imágenes por resonancia magnética, angiografía cerebral y análisis de líquido cefalorraquídeo. Vamos a ver resumidamente en qué consiste cada una de ellas.
La tomografía computarizada es la primera prueba que suele solicitar un médico para determinar si se ha filtrado sangre al cerebro. Se trata de una exploración rápida e indolora que utiliza rayos X para crear imágenes biodimensionales o “cortes” del cerebro y del cráneo. Ocasionalmente, se puede inyectar un medio de contraste en el torrente sanguíneo antes de la exploración para evaluar las arterias y buscar un posible aneurisma.
La resonancia magnética utiliza ondas de radio generadas por un ordenador y un campo magnético para crear imágenes detalladas bi y tridimensionales del cerebro. De esta forma, puede determinar si ha habido sangrado en el cerebro. La angiografía por resonancia magnética produce imágenes que pueden mostrar el tamaño, ubicación y forma de un aneurisma.
Por otro lado, la angiografía cerebral ayuda a encontrar obstrucciones en las arterias del cerebro o el cuello, así como a identificar puntos débiles en una arteria, como un aneurisma. La prueba se utiliza para determinar la causa del sangrado en el cerebro, la ubicación, el tamaño y la forma exacta de un aneurisma.
Por último, se encuentra el análisis del líquido cefalorraquídeo, que mide las sustancias químicas en el líquido que amortigua y protege el cerebro y la médula espinal. Los resultados de esta prueba ayudan a detectar cualquier sangrado alrededor del cerebro. Si se detecta, se necesitarán pruebas adicionales para identificar la causa exacta.
En cuanto a los tratamientos, es importante destacar que no todos los aneurismas cerebrales requieren de uno. Los que son muy pequeños, no están rotos y no están asociados a ningún factor que sugiera un mayor riesgo de rotura, se pueden dejar solos y monitorear para detectar cualquier crecimiento.
A menudo, se recomienda la cirugía como el principal tratamiento, pero también tratamientos endovasculares u otras terapias que ayuden a controlar los síntomas y prevenir daños por aneurismas tanto rotos como no rotos.
Centrándonos en la cirugía, hay algunas opciones quirúrgicas disponibles, aunque es cierto que estos procedimientos conllevan un cierto riesgo, como un posible daño a otros vasos sanguíneos o un accidente cerebrovascular.
Uno de estos procedimientos es el recorte microvascular, que implicar cortar el flujo de sangre al aneurisma. En este sentido, un médico localiza los vasos sanguíneos que alimentan el aneurisma y coloca un pequeño clip metálico en forma de pieza en el cuello del aneurisma para así detener su suministro de sangre.
En los tratamientos endovasculares, se encuentra la embolización espiral de platino, o espiral endovascular, que es un procedimiento menos invasivo que el clip quirúrgico y que no requiere cirugía. El médico inserta un catéter en una arteria y lo pasa por el cuerpo hasta llegar al aneurisma cerebral. Una vez ahí, el profesional de la salud enviará pequeñas espirales de platino a través del tuvo y las colocará dentro del aneurisma.
Las espirales se adaptan a la forma del aneurisma y reducen el flujo de sangre hasta él. Este procedimiento es más seguro que el corte quirúrgico, pero tiene una mayor probabilidad de que el aneurisma reaparezca y vuelva a sangrar.
Otro tratamiento endovascular es el dispositivo de desvío de flujo, que incluye la colocación de un pequeño stent (tubo de malla flexible), similar a los que se colocan para los bloqueos cardíacos, en la arteria para reducir el flujo de sangre hacia el aneurisma. Esta opción se suele utilizar para aneurismas más grandes en los que no funcionarían ni el clip ni la embolización espiral de platino.
El profesional de la salud inserta un stent dentro de la arteria, lo que hace que se convierta en una pared dentro del vaso para desviar la sangre del aneurisma.
Hay otro tipo de tratamientos que tienen como objetivo controlar los síntomas y reducir las complicaciones, como los medicamentos anticonvulsivos, fármacos bloqueadores de los canales de calcio y una derivación, que canaliza el líquido cefalorraquídeo desde el cerebro a otras partes del cuerpo.